12.4.10

¿Cómo estás?

Hace poco le escribí un e-mail a una amiga que vive en Almería, alguien de quien llevaba tiempo sin saber nada. Me sorprendía su silencio, ya que suele responder a todos mis mensajes, entonces supuse que estaría pasándole algo, o que quizá no anduviera bien. Su respuesta, además de alegrarme, invitaba a la reflexión. Al final de un largo e-mail ponía: Gracias por darme un toque. Eso es que también te importo. Fijaos qué detalle. He sonreído al leer esto, pensando en las veces en que yo misma me corto a la hora de llamar a un amigo, o de enviarle un e-mail, por temor a caer de agobiante a pesada.
Hemos llegado a un punto de auto-(in)suficiencia tal, que preferimos el Facebook a la llamada parlante y carnal de toda la vida (nunca tan carnal como el encuentro, pero así estamos) y nuestros círculos amenazan con reducirse hasta el extremo de empezar a sentirnos solos aún dentro del círculo propio. La información verbal se vuelve cada día más escueta, y aunque nadie o muy pocos lo declaren, llevamos ya largo tiempo instalados en la ética de la comunicación banal, la cual determina que se recorte la información, quedando recortadas, por supuesto, las emociones. Pocos te preguntan ¿cómo estás?, o en su variante de mayor riesgo ¿estás bien?, porque supondría la implicación emocional del interlocutor, que como sabemos, siempre o casi siempre… ha de estar bien.
Hoy, justamente, me lo preguntó una amiga por teléfono: Fata, ¿estás bien?, y me dejó de una pieza. Había hecho una pregunta antediluviana: ¿estás bien? ¿Cuántas veces os lo preguntan a diario? Y si no es diario: ¿habeis hecho ya un balance de cuántas veces os lo preguntan al mes, o al año, y quiénes? Las frases retóricas, del tipo (en España): Hola, ¿qué hay?, o en Argentina: Hola, ¿cómo estás?, poseen una carga semántica nula. A esa pregunta retórica que me hizo el padre de una amiga que vive en mi urbanización, yo respondí una vez con la carga semántica lógica: Gracias, hoy estoy muy feliz. El tipo se quedó de una pieza. No esperaba una respuesta tan sincera. Si me hubiera sentido fatal, mi respuesta hubiera sido igualmente honesta. Y no porque sea más o menos honesta que nadie, es porque empiezo a estar plenamente consciente de que hay demasiada gente teorizando sobre las deficiencias en la comunicación, dejando que ello se convierta en carne de congreso. Lo cual ya es mucho decir: si algo se convierte en carne de congreso, se prefiere que continúe tal cual.
Y aquí llegamos al meollo, que es lo que a mí me interesa. Cuando llegué aquí yo era una de esas tías, digamos… que van siempre de buena fe. Un poco basta, por qué no decirlo, de provincia adentro, ingenua, educadita, y para colmo, perteneciente a esa vieja, viejísima generación donde los niños, siendo bien niños, salían a bailar en la puerta con los hijos de los vecinos en Nochevieja. Soy de la generación (sé que muchos lo recordais) de los hijos que veían a sus padres prestar dinero al vecino, en susurros, a sabiendas de que la palabra dada era ley. Hoy día, ¿cómo haces para dar tu palabra si no sabes lo que puede suceder mañana? Un mañana que, al menos para los hijos de vecino, puede resultar un fiasco: la empresa no te pagó y tienes que postergar el compromiso. También es posible que la empresa haya quebrado, y que ya no puedas cumplir con el plazo acordado. Desde ese mismo momento, la pregunta ¿cómo estás?, empieza a ser una pregunta retórica.
Y esto es sólo una metáfora. Porque yo quiero retomar el asunto del congreso. Gente analizando las deficiencias de la comunicación debido a la influencia de los medios. Perros que se persiguen la cola, sin alcanzar a mordérsela jamás, en la búsqueda de una respuesta que, a mi entender, es tristemente simple: los medios nos han servido para protegernos de nuestras propias emociones, del deseo que no se realiza –mejor es que no se realice, que nunca llegue a realizarse, ya que podría comprometer todo nuestro bagaje vital-, de los sentimientos que nunca llegarán a manifestarse al ciento por ciento, porque las palabras, cuando no se quiere admitir su naturaleza fraudulenta, acaban por poseernos y convencernos de que nuestra intención siempre ha sido honesta. Ante semejante ruptura con el quit de emociones que traemos incorporado por herencia, apelaremos a la conveniencia y siempre podremos objetar que la responsabilidad (por no decir culpa) es del interlocutor. A partir del momento en que piensas que quiero utilizarte, lo siento pero… ya no me interesas.
Ésa es la gran mentira vital, y es ahí donde el interés por el humano se reduce a una escueta pregunta retórica a la que se supone debes responder con un guay. Es, también, donde se supone que la verdad no alcanzará nunca a trascender los límites del verbo, lo cual podría mover a risa, por ejemplo, a cualquier indivíduo que alguna vez haya probado una planta maestra. O a cualquier meditante de grado avanzado. Ellos saben bien que habiendo perdido el Minotauro (la palabra) su rango mítico, terminará asumiéndose como medio y no como fin, y que en esa instancia de servidumbre ya no podrá ser un fraude, sino la pura verdad remontada al rango de verbo como elemento servil, no sólo constructor, sino intérprete de una realidad mayor.
Sé que hay mucha, mucha gente que sin haber probado jamás un enteógeno o haber sido un meditante se sabe esta lección al pie de la letra. Y si no se la sabe, por lo menos la intuye y algún día -si hay suerte- acabará por conquistarla. La vida es un fantástico y terrible juego de obstáculos que hay que ir salvando, y uno no puede residir por siempre en el territorio de la comodidad, la obsecuencia o la pereza.
Gracias, pues, Elena, por tu enorme sabiduría. Claro que me importas, cielo… y además quiero importarte, ¿no es maravilloso?

4 comentarios:

tula dijo...

Los Toltecas decían:
"¿como te va por tu senda?".
Y sí, tus palabras son claras, en esas estamos.
un beso

Mercedes Thepinkant dijo...

Es difícil no dejarse llevar por la corriente. Contestar como tu haces, con sincera ingenuidad es un arte que se ha perdido. La comunicación ya no es lo que era !como tantas otras cosas! Supongo que mientras podamos recordarlo y practicarlo algunos no se perderá del todo, quién sabe, a lo mejor se extiende como una mancha de aceite. Hemos olvidado comunicarnos con el corazón, la vibración está en los chackras más bajos, llegar a Anahata es casi imposible para la mayoría, pero como dice Tula: En esas estamos.
Estupendas reflexiones
Un beso

Fata Morgana dijo...

Yo no lo he olvidado, Thepin, y la verdad es que debería aprender a que eso no me dé problemas.
Tula, me has recordado que en realidad decimos ¿cómo te va?, lo de la senda nadie lo recuerda ya por mis pagos: nos hemos "modernizado" (y así nos va) :)
Lo que me parece más triste es que todo Dios lo sabe, pero seguimos sin ponerlo en órbita, entonces ¿de qué nos sirve saberlo?

tula dijo...

Aprendemos de niños a base de repetición, de adultos más de lo mismo.

un beso.